jueves, 3 de junio de 2010

La mujer que no podía ser abrazada

Ella de chiquita estaba cómoda. Los primeros años eran los brazos de los hombres de la familia los que la rodeaban. Los segundos años, los de un caballero.
Pero un buen día desesperó, se despertó, se desperezó y se encontró sola. O al revés. Pero así descubrió que también estaba cómoda sola.
Los problemas empezaron a sucederse cuando nuevos caballeros llamaron a su puerta y la abrazaban, tal vez por la total confianza que ella brindaba. 'Cómo negarme a un abrazo, significa que está todo bien, que le hago bien, que le gusta estar conmigo' creía que razonaba e inconcientemente devolvía el abrazo con ese pensamiento mecánico.
Lo que ella no se preguntaba (y por lo tanto, no elegía) era si realmente quería ser abrazada en ése momento, por ésa persona... pero eso no supo preguntárselo (ni elegirlo) para sí misma hasta mucho después, muchos abrazos después. Le costó noches enteras estar despierta al lado de cuerpos roncantes que la abrazaban. Nadie salvo ella sentía la incomodidad. Y nadie salvo ella tenía la llave de su propia libertad.

«Una mañana, nos regalaron un conejo de Indias. Llegó a casa enjaulado. Al mediodía, le abrí la puerta de la jaula.
Volví a casa al anochecer y lo encontré tal como lo había dejado: jaula adentro, pegado a los barrotes, temblando del susto de la libertad.»
Eduardo Galeano



1 comentario:

Pura López dijo...

Me encantó y lo siento muy cercano también. saludos.