martes, 7 de septiembre de 2010

Evolución

Un mes de trabajo cumplido. Un mes de todos los días colgarme el estetoscopio de los oídos, para escuchar cosas que aún no sé curar, para luego al salir, colgarme los auriculares, para escuchar música armónica, que funciona bien, al volver a casa. Un mes de tocar cuerpos, pulsos, ganglios, panzas... para luego volver a casa y tocar las cuerdas de la guitarra, intentando en ambas situaciones superarme, sacar algo bueno de mis sentidos. Un mes de escuchar historias, penosas en su gran mayoría; venidas de lejos, de países limítrofes, para comprender el entorno del paciente... para poder abarcarlo entero... para luego volver a casa y no querer escuchar más historias, al menos las de las noticias...
Realmente la medicina es un arte. Es totalmente equiparable. Es el arte de ordenarse, de orientarse, de enfocarse, de meterse en el cuerpo del otro, de aprender a tocar y escuchar, de aprender a funcionar bien. El arte de hablar, saber expresarse, de hacerse entender, que la madre del niño logre entender cómo medicarlo al volver a casa... el arte de conectarse, de compartir sonrisas y cuentos de conejitos adentro de las orejas, de llenarse de felicidad cuando el paciente se va del hospital más sano...
Y en el medio estoy yo. Intentando alimentar ese arte, que ya estudié, que me falta seguir estudiando. Que me satura, que me hace escapar de una guardia 3 de la mañana en medio de una historia clínica eterna a la vereda, a respirar nicotina, a caminar una cuadra, y volver. Que me hace cabecear al volver en colectivo a casa, y pasarme de parada. Que me hace sacarle sonrisas a mis compañeros con comentarios que promedian la medicina con mi humor ("-Pero che, mirá lo que es este pollo de flaco, no tiene una sola hormona. -Es que la mamá gallina fumó durante el embarazo..."). Que no me deja terminar un libro que empecé, que no me deja ganas de seguir escribiendo en casa por el automatismo de lo que es escribir historias y evoluciones... Pero acá estoy. Escribiendo, con ganas. Empezando un camino nuevo. Si desaparezco, sepan disculpar las molestias. Mi nombre real y mi nombre acá van bien conmigo: volviendo a nacer todo el tiempo, e intermitentemente.