domingo, 13 de noviembre de 2011

Pronto en su librería amiga

Y en eso me di cuenta que durante gran parte de mi vida las cosas emocionalmente importantes me fueron escritas y no dichas (bueno, la exageración es poética). Sin ir más lejos, fui una niña que escribía cartas para mis amigas al volver del colegio para dárselas al día siguiente con respuesta inmediata, prometiéndonos amistad para toda la vida, ese desear inocente de no cambiar, no cambiar para seguir queriendo a la otra persona de la misma forma todos los días y para siempre, mientras tampoco cambiase. Fui una prepúber que tuvo acceso a internet, que así como también me prometía ese no cambiar nunca con una amiga en Malasia, me enteraba prematuramente y sin guía qué era el sexo oral, de manera escrita. Fui una adolescente que vivió e-mails de debates familiares que no podían ser enfrentados en el living de mi casa cara a cara pero sí de una PC en planta baja a otra en el primer piso y que creía que comunicación era escribirle a mi primer novio a modo Twitter/Foursquare qué estaba haciendo, a dónde iba, con quiénes estaba, todo el tiempo. Pero lo que sentía, lo que verdaderamente sentía, había quedado en un mundo fantasioso de "cartas para siempre", de palabras no dichas atascadas en el medio del cerebro traducidas a pausas en mi labia, lo que hace que hoy cometa el error de autodiagnosticarme y llamarme “verbopáusica”. Que empiezo hoy concientemente la búsqueda de la solución, escribiendo.