sábado, 1 de noviembre de 2008

La capacidad de estar sola

La capacidad de estar solo es un recurso precioso que permite estar en contacto con los más profundos sentimientos propios, desarrollar la imaginación creativa y soportar mejor la pérdida. Esta capacidad se adquiere en la infancia.
El psiquiatra inglés Donald W. Winnicott consideraba la capacidad de estar solo en presencia de la madre como un importante signo de la madurez del desarrollo afectivo.

En Más allá del principio del placer (1920), Freud cuenta que había observado a su nieto de dieciocho meses jugando a lanzar un carrete lejos de su vista mientras gritaba “Fort!” (“lejos!”, en alemán) y luego, tras haber rodado el carrete bajo el diván, lo recuperaba tirando del hilo mientras decía “Da!” (“ahí!”). Freud comprendió que mediante este carrete que se alejaba, desaparecía pero volvía a aparecer, el niño aprendía a dominar la ausencia: “Mamá se va, me falta, pero va a regresar!”.

Nuestra actitud frente a la soledad impuesta por los acontecimientos de la vida está entonces ligada al aprendizaje que se hizo de ella en la infancia. Cuando de niño no ha sido preparado y un día se ve arrojado a ella a causa de una separación, un duelo o un cambio profesional, la persona confundirá entonces el sufrimiento provocado por la separación con la soledad. Ahora bien, es la ausencia del ser amado la que es dolorosa, no la soledad. Si ésta se soporta mal, es también porque se nos ha educado en la idea de que sólo la mirada del otro nos permite acceder a la existencia, que la felicidad afectiva está ligada únicamente a la presencia del otro.
Es lo que sucede con las madres que invaden la vida de su hijo, que saturan todo su espacio psíquico, no dándole nunca la oportunidad de aprender la soledad. Porque a ellas mismas les cuesta estar solas, se angustian al ver a su hijo solitario, ya que confunden soledad y tristeza. Son estas mismas personas las que se angustian por el silencio del otro: “Dime algo!”. Para ellas, cualquier silencio es hostil, hay que tapar todos los huecos, hablar, aunque no importe de qué. Estas mismas personas, para compensar el carácter negativo que atribuyen a la soledad, la atiborran con actividades, con vínculos, incluso artificiales. Necesitan sin cesar estar pegadas al otro, porque tienen la sensación de que, sin el contacto, el vínculo de amor se rompería.
Estas personas confunden el amor y la dependencia. No pueden prescindir del otro y, alienando así tanto su libertad como la del otro, anhelan estar permanentemente en su presencia. Sin embargo, como ya se ha comprobado de antiguo, el amor necesita distancia. Si se está demasiado cerca, ya no se ve al otro. Los hijos deben aprender que amor no rima automáticamente con dependencia, aprender a aislarse en presencia del otro, a ser capaces de jugar o dibujar mientras mamá prepara la comida, a confiar en el amor del otro sin tener que verificar permanentemente que esté ahí.

Marie-France Hirigoyen

1 comentario:

Ale dijo...

hoy, en soledad, descubrí estas praderas.
y se sintió bastante bien.