miércoles, 30 de junio de 2010

¿Llorar, lavar o desear?

Lloro mirando Náufrago. Lloro cuando no puedo decir algo. Lloro cuando pasa algo hermoso. Lloro cuando veo algo espantoso. Lloro cuando no puedo abrazar. Lloro cuando algo se me va de las manos. Lloro cuando me doy cuenta que tengo algo precioso entre ellas. No lloro cortando cebolla - esas lágrimas son distintas. Lloro cocinando cuando no tengo ganas de comer. Lloro caminando cuando no quiero llegar a donde estoy yendo - o cuando quiero volver al lugar de donde partí. Lloro cuando se espera que ría. Lloro a plena luz del día.

De chiquita Paulo Coelho me había dicho que esas lágrimas que caen en momentos inesperados, que no son de alegría ni de tristeza, están lavando el alma. ¿Qué onda? ¿Acaso ver Náufrago me ensucia? Acaso mis conexiones cerebrales conectan todo al centro del llanto... acaso no hacer lo que realmente deseo me estimula las glándulas lacrimales.

sábado, 5 de junio de 2010

La mujer que te suelta gritando 'te quiero'

Ahí vas. Envuelto en vientos, nubes, pajaritos, globos de helio, hojas de otoño, plumas. Ahí vas envuelto en mi enamoramiento intermitente, como cuando hay nubes y tapan el sol de a ratitos. Y desde acá te despido, desde el mismo lugar en el que te conocí, pero ya no siendo la misma.
¿Viste que los perros ni se mosquean cuando pasan por un charco de agua y después dejan sus huellas a medida que siguen caminando? No era la intención compararte con un perro (bueno, vos mismo te comparaste con una ballena -encallada- una vez, así que tal vez puedo hacerlo) pero sí quiero que veas que yo era el cemento en el cual pisaste con tus patitas mojadas. Y encima, cemento fresco. Tus huellas quedaron marcadas en mí y le dieron gracia y relieves a mi uniforme y chato gris.
No sé cómo hubiera sido si yo también te hubiese pisado, marcado, enamorado, estrujado, embrujado. Y odio el "por algo se dio así". Pero lo único que puedo ver ahora es que ahí te vas. Ahí te vas, dejás que te suelte, no oponés resistencia. Sos parte del aire.



Y yo también. Hasta siempre, comandante.

jueves, 3 de junio de 2010

La mujer que no podía ser abrazada

Ella de chiquita estaba cómoda. Los primeros años eran los brazos de los hombres de la familia los que la rodeaban. Los segundos años, los de un caballero.
Pero un buen día desesperó, se despertó, se desperezó y se encontró sola. O al revés. Pero así descubrió que también estaba cómoda sola.
Los problemas empezaron a sucederse cuando nuevos caballeros llamaron a su puerta y la abrazaban, tal vez por la total confianza que ella brindaba. 'Cómo negarme a un abrazo, significa que está todo bien, que le hago bien, que le gusta estar conmigo' creía que razonaba e inconcientemente devolvía el abrazo con ese pensamiento mecánico.
Lo que ella no se preguntaba (y por lo tanto, no elegía) era si realmente quería ser abrazada en ése momento, por ésa persona... pero eso no supo preguntárselo (ni elegirlo) para sí misma hasta mucho después, muchos abrazos después. Le costó noches enteras estar despierta al lado de cuerpos roncantes que la abrazaban. Nadie salvo ella sentía la incomodidad. Y nadie salvo ella tenía la llave de su propia libertad.

«Una mañana, nos regalaron un conejo de Indias. Llegó a casa enjaulado. Al mediodía, le abrí la puerta de la jaula.
Volví a casa al anochecer y lo encontré tal como lo había dejado: jaula adentro, pegado a los barrotes, temblando del susto de la libertad.»
Eduardo Galeano