lunes, 27 de octubre de 2008

Into the wild

Viví muchas cosas, y ahora creo que hallé lo que se necesita para ser feliz. Una vida aislada y tranquila en el campo con la posibilidad de ser útil para quienes es fácil hacer el bien y que no estén acostumbrados a que se lo hagan. Y un trabajo que se espera sea de utilidad. Y el descanso, la naturaleza, libros, música, amar al prójimo. Ésa es mi idea de felicidad. Y sobre todo eso, tú como compañera, y niños quizás. Qué más puede desear un hombre.
León Tolstoi

Acabo de ver "Into the wild" y quedé paralizada... como el protagonista. Si bien soy consciente de su característica escapística, me emocioné hasta no tener más lágrimas con sus diálogos, canciones y paisajes. Debe ser que me mueve el hecho de saber que nunca voy a hacer un viaje de ese tipo, o tal vez que nunca voy a llegar a tener ese tipo de sabiduría que el flaquito tenía. Ojo, no lo digo de envidiosa... me cuestiono nomás hasta dónde va a llegar MI sabiduría. O tal vez no haya que preocuparse...

¿Alguien me presta un rifle? Bah, mejor sigo viviendo.

martes, 14 de octubre de 2008

Amar y flirtear

"Amar y flirtear" es el título del libro que me atrapó hace unos meses.. y que hoy vuelvo a abrir y a releer. La autora es Sandra Russo, y aquí me pongo a transcribir partes que me gustaron..

Estoy rodeada de mujeres que están hartas de ser fuertes. Eso ya no parece una elección. Es una orden. Esas mujeres están hartas de tener que llevar sus propias cuentas. Están hartas de manejar el auto. Están hartas de hacerse compañía entre ellas y de pasarlo razonablemente bien. Les gustaría pasarlo bien con un hombre, pero sus relaciones naufragan como si el cuento de la media naranja existiera y ellas fueran medias naranjas que siempre salen con medios melones, con medios zapallos, con medios perejiles. Esas mujeres están hartas de su autosuficiencia. Y cederían alguna alhaja, si es que la tienen, a cambio de una etapa Doris Day.

Y los varones. Pobres varones. Les han movido el piso y ellos oscilan entre hacerse las manos en la peluquería y opinar que Beckham es un maricón. Muchos de ellos han devenido en postadolescentes que, sueltos o en pareja, no tienen la menor idea de lo que quieren. Sólo saben que lo que tienen, no es. Sea lo que fuere. Asunto concluido: el clásico no sos vos, soy yo. Ahora son ellos los románticos, y aspiran a que un flechazo de la hostia los precipite sobre una mujer y los convenza de que ninguna otra es necesaria. Las mujeres remamos por amores perdurables, mientras ellos elaboran una serie de estrategias deplorables para evitarnos, después que la pasión ha mermado una alícuota, o apareció en escena alguien que les pareció deseable.

Eso es lo que se ve. Es de lo que se habla. Ya forma parte de ciertos clichés urbanos sobre los que giran series de televisión y libros que se venden mucho. (…) ¿Qué fantasmas nos atacan, qué abandono percibimos, a qué cuota de dolor o de azar estamos dispuestos a arriesgarnos para establecer con alguien del sexo opuesto un vínculo importante?.

Nadie sabe qué tan femenino puede ser un hombre ni qué tan masculina puede ser una mujer. Sabemos que contenemos nuestro opuesto, es una vulgata que se confirma a diario, cuando ellas dan órdenes si son jefas en sus trabajos, o cuando ellos lloran en el cine. Esas conductas no son inesperadas sino más bien todo lo contrario: son las conductas que prevé la época para sujetos de ambos géneros que llevan incrustradas en sus emociones huellas ancestrales y ejemplos paternos y maternos en contrario.

Todo es cultural, decimos. Y es fácil sacarle el velo a cualquier estrategia de relaciones afectivas y observar los hilos de cada época operando en esas circunstancias íntimas. Pero lo real es que ésta es la cultura en la que transcurrirán nuestras vidas, y esa cultura, entre sus permanentes malestares, incluye la de no dotar a las personas de roles fijos ni rígidos. A eso lo hemos denominado libertad. Vaya palabra para nombrar algo que si bien nos ha sacado un peso de encima, nos ha tirado por la cabeza la tarea de decidir por nuestra cuenta absolutamente todo.

"¿Qué quiero?" podría ser una de las preguntas claves de estos tiempos. Una pregunta agobiante.


¿O no?.


Débora Tannen, en Tú no me entiendes, dice que las mujeres crecemos conversando para ganarnos amigas, de modo que desarrollamos la charla como el hilo imprescindible que va cosiendo nuestros vínculos, mientras los hombres crecen jugando, compartiendo acciones con otros varones. Y yo creo que es cierto que las mujeres nos aferramos como locas a las palabras. ¿O qué es el romanticismo?.


(...)


"Dos se hacen compañía. Tres, son una pareja".

Tuc. Puedo recordar cómo crujió mi inconsciente con esas palabras. Culturalmente estamos inclinados a asociar el triángulo amoroso con la infidelidad. Pero casi todas nuestras asociaciones vinculan el triángulo con una pareja en la que uno de sus miembros sigue respetando un contrato de exclusividad, mientras el otro no sólo acepta que su deseo se ha deslizado a otro cuerpo, lleva a cabo la operación física (tiene sexo) que le da satisfacción. Así mirado, podríamos suponer que lo que no perdona la víctima de la infidelidad es que el otro se haya satisfecho por sí mismo, que no haya tenido la misma capacidad de insatisfacción.

Pero también pensé en otro tipo de infidelidades, porque el ensayo de Phillips (Adam Phillips, "Monogamia") de algún modo se excusa en las relaciones amorosas para hablar de otra suerte de flirteo, el intelectual.

miércoles, 8 de octubre de 2008

De estreno

Introducción a Las Nuevas Soledades, de Marie-France Hirigoyen


Me gusta perderme en las luces de la noche.

Allí me invento nuevas soledades.

Nuevas vidas.

Cuando ya no me interesa nuestro mundo.

Cuando los hombres me resultan definitivamente previsibles.

Cuando ya no tengo ganas.

De luchar.

Y de soportar la indiferencia.

Los tiempos cambian.

Pero el presente se parece extrañamente al pasado.

Ven a esconderte en las luces conmigo.

Ángel mío…

Te amo.

Y te dejo.

Aquí.

Gaetan Hochedez,

http://flash.zeblog.com/


No cabe duda de que el incremento de la soledad constituye un fenómeno social que se desarrolla en todos los países ricos del planeta, especialmente en las grandes ciudades. Pero si la soledad forma parte de la historia de la humanidad, con el paso del tiempo ha experimentado una profunda transformación. Por exceso o por defecto, la relación con el otro se ha convertido en el tema de preocupación fundamental de nuestra época. A la vez que vivimos en una era de comunicación y las relaciones entre los individuos son permanentes, e incluso invasivas, numerosas personas tienen un sentimiento doloroso de soledad. Y simultáneamente otras, cada vez más numerosas, optan por vivir solas.

Nos encontramos ante una paradoja: un mismo término remite al mismo tiempo al sufrimiento y a una aspiración de paz y libertad. Por un lado, se nos dice que la soledad es uno de los males de nuestro siglo y que hay que crear a cualquier precio vínculos y comunicación; y por otro, se nos predica la autonomía. No obstante, a pesar del individualismo de nuestros contemporáneos, la soledad sigue arrastrando una imagen negativa, que ignora la importancia de la interioridad. La mayoría de las veces se considera que permanecer solo es una especie de consecuencia de un fracaso relacional, o, si produce la apariencia de una elección, se percibe como un camino garantizado al ascetismo y la desdicha.

Ante una persona sola, cualquiera de nosotros proyecta su propia percepción de la soledad y, en lugar de que este término corresponda simplemente a la descripción de un hecho, se convierte en un juicio. Como antaño el destierro de una comunidad, la prescripción de soledad es con frecuencia la amenaza de un marido violento a la mujer que intenta escapar de sus manos: “Si me dejas, te quedarás sola. Nadie querrá saber de ti!”. Especialmente, son los que no viven solos, sin duda porque no lo soportarían, quienes tienen la visión más negativa de la soledad. Sólo conocen el aislamiento de las personas mayores o los excluidos, o el de los enamorados rechazados.

Aun cuando el celibato se ha puesto “de moda”, la pareja, oficial o no, sigue siendo la norma. Los medios de comunicación pregonan las “nuevas parejas”, el amor y las vías fáciles a la felicidad. Pero apenas hacen el recuento de las frustraciones, porque los vínculos amorosos se han vuelto más complejos, y el número de separaciones y divorcios no deja de crecer. La autonomía de las mujeres ha implicado un cambio importante en las relaciones hombre/mujer y una precarización de los lazos íntimos y sociales. Actualmente, hombres y mujeres zigzaguean entre su necesidad de amor y su deseo de independencia. En efecto, muchas mujeres, a partir del momento en que teóricamente obtuvieron una autonomía financiera y sexual, rechazan sacrificar su independencia a cambio de la comodidad de la vida en pareja. El resultado es que la pareja tradicional desaparece y las nuevas parejas que ocupan su lugar son cada vez menos fusionales y cada vez más efímeras...



Bienvenidos.